Le pedí a mi hijo Ángel que
eligiera una fotografía de un viaje que hace unos semanas hicimos los dos a Madrid
y, por hache o por be, me dio ésta.
Me descolocó porque las teníamos
mejores: en la Gran Vía, en el Museo del Prado, en la Puerta de Alcalá, en el
Parque del Retiro…, y va y me dice que ésta es su
preferida.
— ¡Para el carro, Ángel!, pero si no se ve
nada en ella —le dije—,
sólo hay un árbol, un puñado de pisos,
nubes sin lluvia…, ¿y esa "lechemigá" vamos a enmarcar?
— Le
pones peros a todo, papá. Quiero ésta, para enmarcar lo que tú no ves —me contestó.
— La
madre que me. Si quieres que no te entienda, sigue por ahí —le repliqué ya tocado.
— Vas demasiado rápido siempre, papá, y sólo ves lo que ves. Escondidos en la fotografía, en la parte inferior, hay una pareja haciendo manitas, y fue a ellos a quien fotografié. Aquella pareja a punto de besarse era el contrapunto al caos de la gran ciudad, a los cientos de coches y personas yendo y viniendo, como hormigas, sin pararse ante algo tan único como un atardecer. Ellos sí se pararon.
Hoy, 28 de febrero, cumple Ángel veinte
años, y la elección de esa fotografía, y su argumentación, me garantizan que son
veinte los que cumple, por mucho que yo insista en seguir viendo al niño que mecía
en mis brazos hasta dormirlo.
Que sensación tan rara ésta de
pasar de profesor a alumno en el tiempo que dura una conversación.
Al principio
te sientes como cuando invitas a alguien a tu casa, y lo primero que hace, es
pasarle el dedo a los muebles.
Luego, lo entiendes, porque no
hay nada más hermoso, y saludable, que empecemos los padres a aprender de los
hijos.
Feliz cumpleaños, Ángel, y
gracias.
Manolo Martínez
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